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20 de noviembre de 2014

De la vida misma...



Cuando un grupo de amigos no enrolados en ningún equipo se reúnen para jugar fútbol, tiene lugar una emocionante ceremonia destinada a establecer quiénes integrarán los dos bandos. Generalmente dos jugadores se enfrentan en un sorteo y luego cada uno de ellos elige alternadamente a sus compañeros de juego.  Se supone que los más diestros serán elegidos en los primeros turnos, quedando para el final los más troncos. 
 
Pocos han reparado en el contenido dramático de esta elección. El hombre que está esperando ser elegido vive una situación que rara vez se da en la vida. Sabrá de un modo brutal y exacto en qué medida lo aceptan o lo rechazan sus amigos. Con mucha claridad, conocerá su verdadera posición en el grupo.  A lo largo de los años, muchos futbolistas advertirán su decadencia, conforme su elección sea cada vez más demorada.
 
Manuel Mandeb, que casi siempre oficiaba de elector, observó que sus decisiones no siempre recaían sobre los más hábiles. En un principio se creyó poseedor de vaya a saber qué sutilezas de orden técnico, que le hacían preferir compañeros que reunían ciertas cualidades.  Pero un día comprendió que lo que en verdad deseaba, era jugar con sus amigos más queridos. Por eso elegía a los que estaban más cerca de su corazón, aunque no fueran tan capaces.

El criterio de Mandeb parece apenas sentimental, pero es también estratégico. Uno juega mejor con sus amigos. Ellos serán generosos, lo ayudarán, lo comprenderán, lo alentarán y lo perdonarán.  Un equipo de hombres que se respetan y se quieren, es invencible. Y si no lo es, más vale compartir la derrota con los amigos, que la victoria con los extraños o los indeseables.
 
Alejandro Dolina    
Escritor Argentino

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